lunes, 11 de agosto de 2014

Día 20: Alpinismo y supermoon

La mañana comenzaba temprano (obviamente), yo me despertaba a las 5:50 en busca de mi maldito amanecer, después de mi cuarto intento descubrí que una inmensa montaña me tapa el sol hasta las 8:00. El otro motivo de mi madrugón es que habíamos quedado con Mattia a las 7:30 para ir de excursión por la montaña. Prometía ser un día largo sobretodo porque al caer la noche disfrutaríamos de una inmensa luna y estrellas fugaces.

Anna se despertó puntualmente a las 7:00, yo como me volví a acostar re-amanecí a las 7:15. Cuando hice mi aparición en la cocina ella preparaba unos huevos hervidos y algo de café (sin trucos ni historias, era demasiado pronto). Llenando las botellas y preparando las mochilas apareció Mattia a las 7:45 (un poco tarde pero no importa).

Después de un poco de conversación y acabando mi primer desayuno (leche, cereales y un plátano), nos fuimos al pueblo a por mi segundo desayuno. Una vez en el bar me pedí un bocadillo de atún. tomate, y algo más que desconozco (pero que estaba muy bueno), para beber un poco de zumo de naranja (recién exprimido, uno de los pequeños placeres de la vida). En total todo me costo 4 euros y es que la vida en la toscana no es precisamente cara, con 10 euros en una noche puedes pegarte una buena fiesta, (ahora imagínate el desayuno).

Con la tardía aparición de Miquele  (y un chico cuyo nombre no recuerdo), esperamos al último, Daniel (el chico del café), se había dormir. Cuando llegó (corriendo y literalmente saltando mesas), salimos en busca de aventuras (queda muy épico dicho así). Una vez en el parque natural y después de pagar 3 euros de parking nos pusimos en marcha.



El camino en un principio era cómodo, sencillo, arboles aquí y allá pero fácil de hacer, en ocasiones íbamos parando y disfrutando del paisaje, sacando fotos y dando unos minutos al…chico que no recuerdo su nombre… para que respirase, el tabaco había acabado con su resistencia y apenas nos podía seguir el paso. En cuanto salimos del bosque y después de caminar un rato a monte abierto bajo el sol y descansar en un refugio, donde por cierto nos tomamos unos cafés y comimos un poco, llegamos a la montaña el gran reto. Piedras inmensas, gravilla por todas partes y otra vez piedras inmensas que sortear, como dato curioso, en un socavón en medio de la montaña pudimos ver hielo. Fue en medio de este dificultoso camino donde Miquele y su amigo (lo siento por el nombre es imposible acordarme de el) se dieron media vuelta, creo que Miquele lo hizo por compromiso.

En nuestra subida solo puedo decir que contra más alto, más dificultada. Hubo momentos en que no sabía si caminaba o trepaba, aun así la caminata estaba siendo interesante a pesar de su dureza. Conforme más subíamos, las vistas solo anticipaban lo que una vez arriba veríamos, algo impresionante e inolvidable. En la fila Daniel iba delante seguido de Anna yo iba en cuarta posición y Mattia el último.

En medio del paseo, conocimos personas, animales y plantas de todo tipo, cada cual más majo que el anterior, al menos todos saludaban un par de ellos nos acompañaron gran parte del camino, nos hicieron fotos y nos dieron conversación.

Cuando llegamos arriba las vistas eran absolutamente indescriptibles, creo que es lo más bonito que he visto en mi vida, los halcones y los cervatillos que encontramos después fueron la guinda del pastel. Un silencio sepulcral era únicamente perturbado por la melodía de un viento que  era nuestro único acompañante.

Después de un par de horas disfrutando de las vistas y las millones de fotografías que hice además de comer unas pizzas que compramos en el pueblo decidimos bajar.

La bajada fue larga y cansinas, no tan llevadera como la subida, supongo que se hizo tan pesada porque no descansamos ni un segundo y acarreábamos el cansancio de la subida. El factor psicológico también era importante, por mucho que bajábamos solo veíamos el suelo, el equilibrio es importante, rocas, piedras, un falso movimiento y caes colina abajo, mentalmente debíamos estar preparados y concentrados en nuestros pasos no servían las distraciones.

Cuando llegamos a nuestro querido punto de partida aun hicimos una última parada. Cerca de esa montaña (cuyo nombre tampoco recuerdo) hay un parque de escaladores, estuvimos disfrutando del ejercicio ajeno unos pocos minutos antes de irnos.

La vuelta en coche era una llamada al dios Morfeo que gracias a las conversaciones puntuales todos pudimos esquivar. Antes de llegar a la casa, hicimos una ultima parada en una bodega. Anna y yo compramos dos vinos uno de ellos he de reconocer que estaba buenísimo con un toque afrutado y muy suave (su precio ni mas ni menos que 5 euros dos botellas). No se si sería por el cansancio o la sed que tenía pero me gusto, estaba ansioso por llegar a la casa y probar un vasito.

Al llegar a casa y después de invitar a Mattia y Daniel a cenar nos pegamos la protocolaria ducha, yo estaba rojo como un tomate, algo que se encargaron de recordarme todos, primero Timm y después los chicos de Taiwán (en cuanto llegaron de Livorno, se habían ido dos días a hacer turismo por Italia).

Para cenar disfrutamos de un merecidísimo plato preparado por Timm, arroz con carne y verduras, he de decir que lo disfrute y mucho. Estaba buenísimo (y comer algo que no sea pasta y/o verduras se agradece mucho).

Para rematar la noche, Shin había preparado unas hamacas en una parte del jardín, al acabar la cena Mocuo, Shin y yo disfrutamos de la lluvia de estrellas y la súper luna. La noche no decepciono pero el cansancio llamaba a la puerta y cuando calló la tercera estrella, nos fuimos a dormir. En el jardín quedaron Daniel, Anna y Mattia que mantenian una tranquila conversación.



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