sábado, 8 de agosto de 2015

Día 2: avión conde estilo a Toronto

"La función propia del hombre es vivir, no existir. No desperdiciaré mis días tratando de prolongarlos. Aprovecharé mi tiempo." Jack London

Última mañana en Lisboa, en mi magnífica habitación de hotel en la que un curioso termostato que marca 30 grados es capaz de mantener nieve durante horas, un pingüino estaría como en casa. Es decir que a pesar de la temperatura tropical que marcaba, hacía frío.

Mi día empieza a las 9:00, hora portuguesa. Cojo la ropa necesaria, me visto y voy a desayunar. Al llegar al restaurante me asignan una mesa, la cual una familia portuguesa me quita antes de tener la oportunidad de sentarme así que me siento en otra.

Mientras paseo, plato en mano el buffet libre voy cogiendo Bacon, tortillas, franckfurt y salchichas, hasta llenar el plato, entonces localizo mi mesa y me dispongo a comer. Cuando acabo mi plato repito la operación, pero, que sorpresa la mía cuando volviendo a la mesa descubro que han recogido mi parte, no importa, me siento en otra silla. Lo malo es que esta extraña situación se vuelve a repetir en dos ocasiones más quizás tenga que ver la eficiencia del personal, las ganas de limpiar omalgo que se me escapa, lo raro de verdad es que en las mesas mas cercanas concretamente en una justo a mi derecha (la que me habían quitado), los platos sucios se amontonaban durante más de 15 min.

Volviendo a mi habitación descubro que mi vuelo se ha era traslado 2h, así que apuraré mi tiempo en el hotel al máximo, eso significa otro balitó de relax antes de ir al aeropuerto. 

De camino al aeropuerto cojo un bus que se hace de rogar al menos 20 minutos, mientras espero puedo ver como los aviones pasan rozando algunos de los edificios más altos. Quizás están situados demasiado cerca del aeropuerto.

Con las aletas a cuestas otra vez, pero ya en el autobús, que por cierto costaba 1,80€, llego al aeropuerto, embarco la mochila del demonio y ahora solo me quedan 4 horas por delante para deambular y comer por el aeropuerto.

Al pasar a la zona de embarque y dejar atrás un aeropuerto, prácticamente en obras y ciertamente caótico me llama la atención la falta de seguridad si lo comparo con cualquier otro, todo muy campechano.

El aeropuerto sin embargo, está abarrotado, a reventar y la gente no lo pone fácil, se paran en medio, y lo hacen solos, en grupo, conmigo es de maletas, en pareja, gordos, delgados, no importa mientras encuentren un lugar de paso que obstruir. Esto me recuerda a que antes de acceder a las puertas de  embarque, descansaba apaciblemente en unos escalones, porque ese aeropuerto a penas tiene bancos y/o asientos hasta que llegó una familia de 7 italianos ocupando todo y en consecuencia echándome.

Cuando por fin he accedido a esta otra parte del aeropuerto, la de embarque, también un poco derruido he tenido el gusto de volver a esquivar gente hasta encontrar un sitio donde comer. Por cierto me he cruzado con un hombre de procedencia asiática con grandes aptitudes para caminar hacia atrás, sin mirar.

Cuando por fin encuentro un restaurante que me hace el peso, compro un bocata y un agua por 9,50€. Mi duda en los aeropuertos siempre es, ¿qué es más caro antes o después de pasar la aduana? Ambos. Por lo menos el bocata estaba bueno lastima del tío que tenía detrás haciendo ruiditos.

Después de comer me dirijo a mi puerta de embarque, han puesto unas maquinas de lo más molonas que te leen el pasaporte y hacen reconocimiento facial. Una vez en la puerta 45, nos van informando de que hay un retraso cada 20 minutos, hasta que dejan de hacerlo.

Pasaban las horas, los minutos y los segundos y no solucionaban la avería del avión. La paciencia de la gente comenzaba a agotarse y se olía el motín hasta que, por suerte, nos han ofrecido algo que comer, o mejor dicho con qué distraernos. El precio de la distracción gratuita era máximo de 4€, solo pude coger dos donuts.

Otra vez en la puerta, esperando y sin donuts que comer nos dan paso al avión de SATA que solo lleva 6 o 7 horas de retraso.

La batería de mi movil está en las últimas, así que subo a bordo del avión, recién reparado, casi sin nada con lo que distraerme, aunque lo que de verdad me preocupa es si tendré batería para llegar al hostal.

Durante el vuelo disfrutamos del un amanecer, aunque este dura horas, de lo que no disfruto tanto es del mal olor de pies que tiene el tío de atrás.

En el transcurso del vuelo nos fueron trayendo diferentes aperitivos que siempre coincidían con turbulencias, lo mismo era culpa de ellos. Para cenar nos dieron unas patatas con pollo, arroz y bizcocho. Después de dormir una pequeña siesta desperté con unas galletas de sabores. Supongo que el tema de las turbulencias era como unas especia de alarma para no saltarse ninguna de las deliciosas comidas.

Como dato curioso, podría decir que mi compañera de vuelo había monopolizado la ventana e instaurado una dictadura, ella elegía cuando y cuanto abrirla y cerrarla y si realmente valía la pena ver algo.

Cuando por fin aterrizamos pude recoger mi amada mochila para ir bien cargado. Debido al constante retraso eran las 12, demisado tarde y sin apenas batería, así que decidí coger un taxi que me llevara al hostal.

Después del 20 minutos en ese taxi y pasando calles que no me inspiraban demasiada confianza, llegamos al hostal, pero estaba cerrado. El hombre del taxi me ayudo un rato a ver si conseguíamos entrar,basta que un desconocido le tomo el relevo. La broma del taxi me salió por 60 CAD, 40€ vaya, aunque creo que sin él jamás habría llegado.

El desconocido que me ayudó en la puerta dedo hostil, resultó ser un miembro del staff del hostal, por desgracia no tenía acceso a la oficina pero por lo menos me pudo abrir y me dejó dormir en un sofá de la salida en compañía de un hombre negro de procedencia argelina que jamás me dijo su nombre.

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